La fiesta del evangelista san Marcos coincide este año con varios
acontecimientos de relieve: el 50 aniversario de la famosa “revolución
de los claveles” en Portugal, la fiesta
de la liberación en Italia y la sorprendente carta
del presidente español Pedro Sánchez a los ciudadanos en la que afirma
que está meditando su posible dimisión. Cada uno de estos acontecimientos
merecería una reflexión aparte. Los dos primeros pertenecen al pasado, aunque
con evidentes repercusiones en el presente. El último es de rabiosa actualidad
y de resultado imprevisto. El fin de semana se prevé turbulento.
Yo me quedo
con san Marcos y su Evangelio. Siempre ha sido para mí una guía. Un buen amigo
mío se lo leyó de un tirón una noche. El impacto que le produjo el encuentro
con Jesucristo en esa narración breve y enjundiosa fue tan profundo que lo animó
a prepararse para el Bautismo cuando ya había superado los 20 años. Nunca
sabemos el potencial que esconde la Palabra de Dios: “Es viva y eficaz, más
tajante que espada de doble filo; penetra hasta el punto donde se dividen alma
y espíritu, coyunturas y tuétanos; juzga los deseos e intenciones del corazón”
(Hb 4,12).
El primer versículo de Evangelio ofrece la clave de lectura
de los dieciséis capítulos que siguen. Dice así: “Comienzo del Evangelio de
Jesucristo, Hijo de Dios” (Mc 1,1). No se va a hablar de un hombre sabio, de un
profeta acreditado o de un curandero popular. Se va a hablar del Hijo de Dios.
Esa misma confesión la hará Pedro con otras palabras en la mitad de Evangelio: “Tú
eres el Mesías” (Mc 8,30). Y para hacer ver que Jesús no está destinado solo a
los judíos, sino al mundo entero, el centurión romano que asiste a la muerte de
Jesús exclama: “Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios” (Mt 15,30).
Al principio, en medio y al final, el Evangelio de Marcos es una confesión explícita de fe en la identidad divina de Jesús. Eso no significa que lo presente como un ser espiritual. En cada capítulo podemos observar al Jesús humano que camina, habla, cura y sufre. Y también al Jesús que va introduciendo, poco a poco, a sus discípulos en el misterio de su identidad. Si no lo habéis hecho nunca, os invito a que hoy leáis de un tirón el Evangelio de Marcos. Podréis sorprenderos con su frescura y profundidad.