miércoles, 18 de junio de 2025

Debajo del asfalto está la playa


En un día como hoy me gustaría estar viviendo en el hemisferio sur. Los 35 grados de Madrid comienzan a pesar a tres días antes del comienzo oficial del verano. No me extraña que con este calor suba también la temperatura política en el Congreso de los Diputados y todos perdamos un poco la cabeza. 

Me he pasado la mañana dando una charla en el capítulo de los Paulinos de España. Me ha gustado mucho el animado diálogo posterior. Se notaba el interés de los participantes. Nos jugamos mucho en el modo de afrontar la situación que estamos viviendo. No es fácil encontrar voces sensatas que sigan manteniendo la esperanza.


Por lo demás, se recrudece el conflicto entre Irán e Israel. Seguimos bajo la amenaza de una guerra que, en realidad, ya está en curso con focos interconectados. Lo que sucede entre Ucrania y Rusia no está separado de lo que sucede en Oriente medio y en otros puntos calientes del planeta. 

Hay como una “internacional de la guerra” que opera con brazos distintos según los intereses geoestratégicos de cada zona. El Papa alza su voz clamando por la paz, pero no creo que tenga una particular resonancia. La lógica del mundo no es la lógica del Evangelio. Jesús nos los advirtió con claridad.


En un país con un grave desequilibrio demográfico, me duele leer que el número de abortos en España equivale a todos los niños nacidos hasta el mes de abril. ¿Por qué estamos empeñados en suicidarnos como civilización? ¿Qué misteriosa fuerza nos empuja a ir en contra de la vida? No tengo respuestas para estas preguntas. 

Lo que me anima es comprobar que cada vez hay más jóvenes que no se resignan a cruzar los brazos y esperar que escampe. Hay un verdadero renacer espiritual entre los integrantes de la “primera generación incrédula de Europa”. ¿Cómo podemos ser sensibles a sus búsquedas y acompañarlas con delicadeza? 

No deberíamos perder demasiado tiempo en denunciar el mal. Lo que importa es cultivar las muchas semillas de evangelio que el Espíritu siembra por doquier. El fin de semana pasado un compañero claretiano de Sevilla me decía que cada vez participan más jóvenes en las Eucaristías dominicales e incluso en las diarias. Es un síntoma claro de que algo está cambiando. La salud personal y social está ligada a un auténtico renacimiento espiritual. La cultura de la vida se abre paso cuando somos atraídos y transformados por la Vida. Hay una hermosa playa de esperanza bajo el duro asfalto de la incertidumbre y la confusión


martes, 17 de junio de 2025

Buenos días, corrupción


No se habla de otra cosa en periódicos, radios, televisiones y redes sociales. Ante la cadena de casos de corrupción que afectan al PSOE, el secretario general del partido y presidente del gobierno está aplicando paso a paso el “manual de resistencia”. Su estrategia parece sacada de uno de esos libros que enseñan a afrontar las crisis institucionales. Los pasos, con algunas variantes, son de sobra conocidos: 1) Proceder a una comunicación rápida para hacer ver que se afronta la crisis con transparencia y decisión; 2) Pedir perdón a las personas e instituciones afectadas; 3) Convocar el gabinete de crisis; 4) Comunicar con decisión las medidas que se pretende adoptar; 5) Hacer de la crisis una oportunidad para defender el proyecto y la historia de la institución.

A estos cinco pasos clásicos hay que añadir un sexto que el presidente sabe utilizar muy bien: 6) Acusar a los adversarios por elevación. El discurso es claro: “Nosotros, a diferencia de otros (léase, la llamada ultraderecha) actuamos con rapidez, transparencia y eficacia. Por eso, no tenemos alternativa posible”. La estrategia funciona… hasta que deja de funcionar. Aunque todavía hay amplios sectores de la población que están dispuestos a comulgar con estas ruedas de molino y a defender lo indefendible (incluidos los partidos que sacan tajada de la debilidad), esta vez el hartazgo es tan general y profundo que ni siquiera el verano y el temor a que gobierne la ultraderecha van a atenuar el descontento y la rabia. ¡Hasta las mentiras y triquiñuelas dialécticas tienen un límite!


Más allá de lo que ahora está sucediendo con el PSOE, la raíz es cultural, axiológica, no solo política. La corrupción forma parte de una manera de entender la vida que se ha instalado en las mentes de muchas personas y que adquiere formas diversas según los distintos ámbitos y niveles en los que cada una se mueve. Hay corrupción en los ayuntamientos de los pueblos y de las pequeñas y grandes ciudades, en las diputaciones, en los gobiernos autonómicos, en el gobierno central, en las empresas, en los clubes deportivos, en los medios de comunicación, en los partidos políticos, en la universidad… y me temo que también en la policía, la judicatura y hasta en la Iglesia. 

Es como si los seres humanos tuviéramos la capacidad innata de corromper todo cuanto tocamos, como si la pasión por el poder y el dinero estuviera instalada en nuestro disco duro a modo de una aplicación que se activa automáticamente cada vez que se presenta la más mínima oportunidad de sacar provecho. Es necesario ahora denunciar con energía lo que está sucediendo en el partido del gobierno, pero sin olvidar los otros muchos casos que se dan en distintas instituciones.


Cada vez que saltan casos de relieve a los medios de comunicación social, enseguida se disparan las medidas de lo que habría que hacer para evitarlos. Se habla de auditorías generales, normas, controles, comisiones, etc. Todo eso puede llegar a ser necesario, pero nunca evitará el problema porque su raíz es otra. No se trata solo de mejorar los procedimientos, sino de afinar los discernimientos. Mientras no se cultive desde la infancia (familia, escuela, grupos, etc.) una cultura de la honradez, la responsabilidad y la rendición de cuentas, las medidas que se adopten serán “pan para hoy y hambre para mañana”. 

Mientras vivamos en una sociedad que valora el dinero fácil, que ensalza al pícaro y al bon vivant, que transige con las pequeñas corrupciones de la vida cotidiana, que desprecia la cultura de la virtud y del esfuerzo… no habrá ninguna garantía de que la corrupción se reduzca a unos pocos casos aislados. 

No veo síntomas claros de que realmente aspiremos a este radical cambio de valores. Lo que observamos en los políticos, particularmente obligados a la ejemplaridad por su responsabilidad social, no es más que una representación de lo que vemos a diario, a escalas menores, en la vida cotidiana. Para que sea eficaz, la regeneración tiene que ser radical. No hay otra. La fe cristiana puede/debe contribuir a esta sanatio in radice. Una de las urgencias evangelizadoras es la promoción de una cultura de la verdad, la bondad y la belleza que nos prevenga contra la corrupción que todo lo emponzoña. 


lunes, 16 de junio de 2025

Meditación junto al Guadalquivir


Los 36 grados de Madrid se me hacen pesados, pero menos que los 38 de Sevilla. La humedad del Guadalquivir hace que la sensación de agobio sea mayor. Lo digo porque me pasé el fin de semana en la capital andaluza. El sábado 14 participé en la ordenación sacerdotal y en la primera misa de un joven amigo. Debido a las obras de restauración en curso, la ordenación tuvo lugar en el trascoro de la inmensa y magnífica catedral de Sevilla. En ese espacio no cabía un alma entre familiares, amigos, fieles en general y un nutrido grupo de sacerdotes concelebrantes, muchos de los cuales eran bastantes jóvenes.

La ceremonia duró dos horas y cuarto. En el Congo, por ejemplo, no hubiera bajado de cinco, como he podido experimentar en dos o tres ocasiones. Todo estaba medido y ensayado. A la solemnidad litúrgica se añadía un inconfundible toque sevillano, que se reflejaba en la proliferación de acólitos, en las peinetas y mantillas de algunas damas y, en general, en la combinación de elegancia y tronío y en el gusto por los ritos. Yo pasé desapercibido entre gentes que no conocía, lo cual me permitió centrarme en la celebración y observar con detalle todo lo que iba sucediendo.


La primera misa de Javier fue ese mismo día a las 8,30 de la tarde en la barroquísima iglesia de la Magdalena. En la puerta principal había una señora de mediana edad mendigando y abriendo la puerta a quienes querían entrar. Como la mayoría de los que entraban o salían no le daban ni un euro, comenzó a despotricar contra los “señoritos” que se dicen cristianos, pero se olvidan de los pobres. su desahogo me hizo pensar. La misa fue de la solemnidad de la Santísima Trinidad. Junto a Javier, el misacantano, estábamos alrededor de una cincuentena de sacerdotes, incluyendo algunos compañeros suyos que habían sido ordenados por la mañana. 

La homilía, bien construida y leída por un sacerdote amigo del joven presbítero, no se centró tanto en el significado de la fiesta litúrgica, cuanto en la misión del sacerdote y en la trayectoria vocacional de Javier. Después de presentar los dones del pan y el vino, a Javier le lavaron las manos sus emocionados padres. ¡Todo un símbolo! La misa procedió con normalidad. Acabada la comunión, Javier dio gracias a Dios y a muchas personas, pero no lo hizo en forma de discurso, sino de oración. Su formación periodística le ayudó a hablar con espontaneidad, orden y un punto de sobria emoción. El besamanos final se alargó muchos minutos porque era mucha la gente que quería felicitar al misacantano. Yo me fui escabullendo discretamente para llegar a mi residencia a una hora razonable venciendo el calor asfixiante de la noche sevillana.


Mientras regresaba en autobús, flanqueando la margen izquierda del siempre fascinante Guadalquivir, trataba de combinar la fiesta de la Santísima Trinidad, el significado de la ordenación sacerdotal y el contexto social en el que nos encontramos tras conocerse con más detalle los casos de corrupción que afectan a líderes del partido gobernante. Nadie está libre de pecado, pero ¡qué diferencia tan abismal entre quien renuncia a su proyecto personal para servir a Dios y a la comunidad y quien se sirve de la política para lucrarse a costa de los demás! Son dos maneras antitéticas de entender la vida y de situarse ante ella. Las dos están siempre ante nuestros ojos. No basta con tomar una opción y luego dejarse llevar por la inercia de la vida. Cada día tenemos que optar por servir a los demás o por buscar nuestro interés, por hacer de Dios el centro o por mirarnos el ombligo y asegurar el bolsillo. 

Creer en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo no es solo dar nuestro asentimiento racional y cordial a un Misterio que nos supera, sino entrar en una dinámica de amor en la que, muriendo a nosotros mismos, nacemos a una vida superior. En su oración final, Javier utilizó el verbo “expropiar”. Él se sentía “expropiado” por Dios para el servicio de la Iglesia y de la humanidad. Y recordó una anécdota que le ocurrió cuando, años atrás, comunicó a su padre la decisión de entrar en el seminario. El padre, realista como la mayoría de los padres, le dijo: “Todos queremos conducir por buenas autopistas, pero no queremos que nos expropien nuestras fincas para construirlas”. A buen entendedor, pocas palabras.

viernes, 13 de junio de 2025

No nos dejes, Antonio


Unas horas antes de que el rey Felipe leyera ayer su discurso en el Palacio Real en el acto organizado para conmemorar el 40 aniversario de la entrada de España en las Comunidades Europeas, Bárbara Rey había presentado sus memorias en un hotel madrileño. El rey Felipe ensalzó, siquiera discretamente, el papel de su padre Juan Carlos I en el proceso de adhesión. La vedete habló sin tapujos sobre sus amoríos clandestinos con ese mismo rey, hoy anciano y autoexiliado en los Emiratos Árabes. 

El presidente del gobierno, que pronunció un discurso institucional en el mismo acto que el rey Felipe, acababa de venir de la sede del PSOE después de una rueda de prensa en la que había pedido perdón a la ciudadanía por la corrupción de algunos miembros de su partido. No sé con qué humor cargarían ambos mandatarios sus respectivos fardos. Viendo sus rostros en la pantalla de mi ordenador, comprendí mejor que toda cara tiene siempre su cruz. La vida es poliédrica. No resulta nada fácil gestionar la complejidad y mucho menos la contradicción y hasta el escándalo.


Las distancias más o menos sangrantes entre lo que debería ser y lo que es se dan también en el seno de nuestras familias y comunidades. Y se dan, por supuesto, en la Iglesia. La diferencia estriba en que la Iglesia no se mide consigo misma, sino con el Misterio de Dios. Por eso, se reconoce como santa y pide perdón como pecadora. Es una “casta prostituta”. 

Esta contradicción no la ahoga en sus vergüenzas, sino que la mantiene en un permanente estado de humildad. La Iglesia alaba al Señor y le pide perdón. Se sabe depositaria de la Palabra y los sacramentos y a la vez no hace sino llamar a la conversión continua. El gran pecado de la Iglesia no es la fragilidad e incoherencia de sus miembros, sino el orgullo de creer que no necesita vivir bajo la misericordia de Dios.


Por todas partes hay un clamor por la verdad, la justicia, la transparencia, la rendición de cuentas.
Y por todas partes vemos mentira, corrupción, abusos y ocultamiento. Anhelamos la paz en Ucrania y en Gaza, pero no nos importa estar enojados con algún familiar o amigo. Bramamos contra la corrupción de los políticos, pero, si se presenta la ocasión, buscamos también alguna ganancia quebrantando la ley. Nos indigna la manipulación que se ejerce a través de las redes sociales, pero no dudamos en mentir de vez en cuando si eso favorece nuestros intereses. 

Por duro que nos resulte reconocerlo, vivimos en estructuras de pecado. No hay mucho espacio para los optimismos científicos, éticos o políticos. Si algo nos dice la fe cristiana es que seguimos a un Cristo que “murió por nuestros pecados”, que somos una comunidad de redimidos, que la gracia es el triunfo sobre la corrupción y la muerte. Por eso, estamos llamados a la alegría y a la esperanza. No se trata de negar o maquillar nuestra realidad miserable, nuestras infinitas contradicciones, sino de ir más allá con la fuerza de la gracia.

En un día como hoy, que celebramos la memoria del popular san Antonio de Padua (y de Lisboa), patrono de tantas cosas (incluidas las cosas perdidas), se me ocurre pedirle: “No nos dejes, Antonio, llévanos al Único que puede ayudarnos a salir de nuestros laberintos”.

jueves, 12 de junio de 2025

Dejar sitio a la penumbra


Ya dije hace cinco días que me había comprado el libro Ortodoxia de Chesterton en la Feria del Libro de Madrid. Naturalmente, no me gasté 18 euros para dejarlo apilado en una de las estanterías de mi cuarto. Lo tengo en mi rincón de lectura. Empecé a leerlo ayer por la tarde. Solo llevo 66 páginas, pero ya he caído rendido al pensamiento y a la prosa del escritor británico. No recomiendo su lectura a quien busque un mero pasatiempo o a quien no esté algo familiarizado con la cultura inglesa. Aunque la traducción fluye bien y hay notas aclaratorias por parte del traductor, la lectura no es fácil. Cuando lo termine, volveré sobre él. 

Pero no me resisto a pasar por alto un pensamiento que me lleva dando vueltas en la cabeza desde hace años. Estoy convencido de que la razón fundamental de los muchos desequilibrios que hoy padecemos es la pérdida del sentido del misterio. O, más directamente, de Dios. Nunca como ahora se habla tanto de salud mental, de su cuidado y de su pérdida. A menudo escucho expresiones que denotan el malestar general: “La gente está zumbada”; “En mi trabajo hay mucha gente de baja por ansiedad o depresión”; “Voy con la lengua fuera”. Y cosas por el estilo.


No se trata solo de trastornos psicológicos más o menos graves, sino de algo más radical: la pérdida de motivación, la falta de un propósito claro en la vida. Es como si funcionáramos con el piloto automático, incapaces de pilotar nuestra vida. O, peor aún, como si alguien o algo nos controlara a distancia y no tuviéramos más remedio que someternos a su dictamen. 

En este contexto, rescato algunas frases del libro de Chesterton que me han iluminado: “Lo que mantiene a los hombres sanos y cuerdos es lo místico. Mientras haya misterio, hay salud; en cuanto se destruye el misterio, se origina la enfermedad”. Es difícil decirlo de una manera tan concisa y precisa. Si por algo se caracteriza nuestra sociedad neurótica es por el intento de destruir el misterio creyendo vanamente que lo más racional es el control absoluto de la realidad.


Añado unas cuantas palabras más de Chesterton: “El hombre normal ha estado siempre sano porque siempre ha sido místico. Ha dejado sitio a la penumbra. Ha tenido siempre un pie en la tierra y otro en el país de la fantasía. Se ha considerado siempre libre para dudar de sus dioses, pero también para creer en ellos (a diferencia de los agnósticos actuales). Siempre se ha preocupado más por la verdad que por la consistencia. Cuando le parece que dos verdades se contradicen es capaz de asumir las dos verdades y también su contradicción”. 

No nos dejemos despistar por el estilo paradójico de Chesterton. Lo que viene a decir es que la salud del “hombre normal” ha estado siempre ligada a su capacidad de convivir con lo no explicable, a su humildad para reconocer que en la vida hay zonas de penumbra que nunca conseguiremos iluminar. Pero eso no significa que no podamos ser felices. Al contrario, es precisamente lo incontrolable lo que nos hace ensanchar continuamente nuestra mirada para no acabar prisioneros en la cárcel de nuestra razón. En fin, que los buenos pensadores y escritores nos ayudan a explorar el alma humana con una hondura que no encontramos en los charlatanes de turno. Continuará.

miércoles, 11 de junio de 2025

Cada uno por su lado


Le tengo simpatía al chipriota san Bernabé, cuya fiesta celebramos hoy. Es uno de esos apóstoles que ejercen un liderazgo afiliativo: “People first” (Lo primero, las personas). Es interesante repasar su historia de relación con Pablo. Tal como se narra en el capítulo 13 de los Hechos de los Apóstoles, ambos viajaron juntos por la isla de Chipre y la provincia de Asia (la moderna Asia Menor) para predicar el evangelio. En ese primer viaje, Bernabé -que significa hijo de consolación- hizo honor a su nombre porque supo buscar a Pablo en su Tarso natal, acogerlo con simpatía y consolarlo, tras sus problemas con la comunidad de Jerusalén. Podríamos decir que lo rescató para la causa del Evangelio.

Cuando llegó a Jerusalén la noticia de que en Antioquía de Siria estaba floreciendo una comunidad muy viva, enviaron a Bernabé, varón bueno, y lleno del Espíritu Santo y de fe” (Hch 11,24), a animarla con su carisma (Hch 11,22). El éxito fue tan grande que muchas personas comenzaron creer en Jesús y a adherirse a la iglesia. Bernabé se acordó entonces de Pablo y lo llevó a Antioquía para que colaborara con él. Estando en esa ciudad, la iglesia decidió enviar ayuda a los hermanos que vivían en Judea y que estaban padeciendo una fuerte hambruna (vv. 27-29). ¿Quiénes fueron los encargados de llevar la ayuda? ¡Pues la pareja Pablo y Bernabé (v. 30)! Por entonces, el tándem funcionaba a las mil maravillas. Se habían tomado en serio la instrucción de Jesús de ir de dos en dos”.


La historia no termina aquí. La comunidad de Antioquía era muy abierta y tenía un fuerte espíritu misionero, así que, movida por el Espíritu Santo, escogió a Pablo y Bernabé y los envió como misioneros (Hch 13,2). Ambos llevaron a Juan Marcos como ayudante. Los tres recorrieron muchas zonas gentiles anunciando el evangelio. En medio del viaje, Marcos dejó plantados a Pablo y a Bernabé, así que, a la hora de planear un segundo viaje misionero, surgió un grave conflicto entre ellos. 

Pablo, que tenía un carácter fuerte (o sea, malas pulgas) se negó a llevarlo porque le parecía intolerable que Juan Marcos los hubiera abandonado en el viaje anterior. Bernabé, haciendo una vez más honor a su nombre y a su talante conciliador, no quería prescindir de él. El texto bíblico no disimula la fuerte tensión entre los dos apóstoles. Como no se ponían de acuerdo, decidieron separarse. A partir de ese momento, Bernabé viajó con Juan Marcos, y Pablo se buscó a un tal Silas como compañero de fatigas (Hch 15,36-41). A juzgar por otros testimonios (2 Tim 4,11), la separación fue en cierto sentido superada cuando, más tarde, Pablo consideró a Marcos (suponiendo que se trate de la misma persona) “útil” para el ministerio.


Lo que les sucedió a Pablo y Bernabé sucede a menudo en las familias, las comunidades religiosas, las parroquias y en cualquier grupo humano. Compartiendo los valores esenciales, no siempre estamos de acuerdo sobre estrategias, métodos, personas, etc. Con frecuencia, el elemento afectivo (apegos, envidias, celos, etc.) juega un papel determinante. Solemos decir que “no hay sitio para dos gallos en el mismo corral”. Cuando se trata de personas valiosas, con caracteres dominantes, suele ser frecuente la lucha de “egos”. 

En estos casos, si no se logra transformar el conflicto y se prolonga demasiado, lo más sensato es la separación. A veces no hay más remedio que cada parte vaya por su lado, aunque de entrada pueda resultar escandaloso porque lo más creíble es siempre la unidad auténtica. Sin embargo, no se hunde el mundo por ello. Más vale aprovechar la energía de cada uno por separado que echarla a perder en una colaboración tensa e imposible. 

La historia de la evangelización y de la Iglesia en general está repleta de ejemplos de rupturas y separaciones como la de Pablo y Bernabé. No siempre lo más cristiano es el aguante a toda costa y la espiritualización del conflicto. Aprender a disentir y a tomar decisiones que implican la separación forma parte también del aprendizaje evangelizador. Una separación en el momento adecuado puede resultar saludable e incluso ayudar a preparar una futura reconciliación.

martes, 10 de junio de 2025

Testigos a pie de calle


Tras la cincuentena pascual, hemos reanudado el tiempo ordinario. La liturgia nos invita a “pensar en verde”. Este año la vinculación entre el verde y la esperanza se hace más real porque estamos en pleno Jubileo de la Esperanza. Pensar en verde no significa volvernos más ecológicos (aunque nunca está de más activar nuestra vocación de cuidadores de la casa común), sino, sobre todo, alimentar la esperanza desde Aquel que es nuestra esperanza. Si algo hemos aprendido durante el tiempo pascual es que la esperanza no hunde sus raíces en nuestras conquistas, sino en la convicción de que Dios sostiene nuestra historia, da sentido a nuestras cruces, nos abre a un horizonte de vida eterna que desafía la prueba de la muerte.

Ayer celebramos la memoria de María, Madre de la Iglesia. Ella es la Madre de la esperanza, la que mantiene el ritmo de nuestra espera. Es también la madre del tiempo ordinario, de ese flujo de los días que parece que no deja huella, pero que nos va cambiando poco a poco, como si la gracia de Dios nos llegara en forma de gota a gota y fuera fertilizando nuestro terreno reseco. Este riego constante es el que mantiene viva la esperanza.


El domingo pasado participé en la celebración de la Confirmación de mi sobrina Lucía. Mientras contemplaba los rostros de las seis chicas y dos chicos de su grupo, me preguntaba cómo estarían viviendo el significado de este discreto sacramento en su vida de adolescentes. Fue hermoso que coincidiera con la solemnidad de Pentecostés. El obispo vinculó el sentido de la fiesta con el del sacramento. Trató de hacerlo de manera catequética, pero me temo que no logró explicar “algo que es muy difícil de entender”, como reconocía después uno de los confirmandos. 

A ellos les resulta difícil percibir la diferencia entre una vida “con Espíritu” y una vida “sin Espíritu”. Al día siguiente fueron a clase y nadie notó ningún cambio. Todos eran los mismos que el viernes anterior, aunque tal vez no eran lo mismo. ¿Va a cambiar su joven vida a raíz del sacramento? ¿Van a participar más activamente en la vida de la comunidad cristiana? ¿Van a disfrutar con su vocación de testigos de Jesús y su evangelio? ¿Van a compartir su experiencia con otros compañeros que tal vez se ríen de “esas cosas que hacéis los cristianos”?


No quiero ser pesimista. Los jóvenes tienen una capacidad extraordinaria de percibir el Misterio y de dejarse moldear por él. Cuando algo les llega al corazón, son generosos y arriesgados. No tienen miedo de ir contracorriente si tienen un fuerte motivo para ello. Necesitan el apoyo del grupo, pero también son capaces de apartarse de él cuando no les ayuda a vivir sus ideales. 

Quizás el mayor problema no resida en los jóvenes que reciben el sacramento, sino en sus entornos familiares y parroquiales. ¿Con qué apoyos cuentan? ¿Quién se preocupa de seguir cultivando las semillas sembradas? ¿En quién pueden fijarse para ser testigos de Jesús a pie de calle? Este es el verdadero desafío.