martes, 12 de agosto de 2025

España arde


Me resulta duro disfrutar de la calma matutina de mi pueblo cuando los informativos nos cuentan que España arde y no solo en sentido metafórico, que también. En el oeste de nuestra comunidad de Castilla y León hay varios fuegos activos. En Tres Cantos, ciudad que he visto nacer desde finales de los años 70, el fuego se ha cobrado la vida de un hombre. Las altas temperaturas están desquiciando a muchas personas. Los golpes de calor incluso han acabado con algunas de ellas. 

Cuando los incendios son inevitables, solo queda reaccionar con energía, organización y solidaridad, pero, cuando son provocados deliberadamente por el hombre, lo que brota es una tremenda indignación. Detrás de algunos pirómanos hay secretas venganzas y oscuros intereses de empresas dedicadas a la extinción de incendios y otros colectivos que buscan la reventa de la madera quemada, la recalificación del suelo, etc. Sin ser experto en la materia, creo que las penas para este tipo de delitos son todavía demasiado leves y, por lo tanto, poco disuasorias.


He nacido en una tierra de bosques. Necesito el bosque para vivir. Admiro cómo la gente de esta tierra lo cuida y lo respeta. No podría decir lo mismo de bastantes turistas desconsiderados que hacen fuego en lugares prohibidos, dejan la basura en cualquier sitio, se internan con motos en zonas reservadas y no muestran el más mínimo sentido cívico. Los que más entienden de estas cosas llevan años quejándose de que los montes no se limpian como antes. Desde mi limitada observación, creo que esto es verdad. A veces se esgrimen razones falsamente ecológicas.  A menudo la verdadera causa es la falta de presupuesto. La idea romántica de bosques salvajes, dejados a su suerte, no tiene mucho sentido en áreas pobladas por humanos. 

En nuestros entornos ibéricos se trata de bosques “humanizados” que hay que saber cuidar y administrar teniendo en cuenta los beneficios que proporcionan a los seres humanos. Por mal que suene en un contexto de ecologismo libresco, no estamos nosotros al servicio de los bosques, sino los bosques al servicio de los demás seres, en una interacción beneficiosa para todos. Cuando llegan los incendios estivales, siempre hay políticos y ciudadanos que repiten como un mantra la misma frase: “Los incendios del verano se apagan en invierno”. Pero esta frase casi nunca se traduce en medidas preventivas eficaces.


Contemplando las enormes masas de pinos y robles que rodean a mi pueblo y el embalse que comienza a ensancharse en el valle del Revinuesa, me preguntaba cuántos años se necesitan para que la naturaleza adquiera un perfil y tan hermoso. Todo puede dañarse en pocas horas si algún desalmado cae en la tentación de prenderle fuego. Necesitamos torres de vigilancia, equipos especializados, material eficaz, cortafuegos inteligentes, planes estratégicos…, pero lo que más necesitamos es sensatez y sentido moral. 

Atentar contra los bosques es atentar contra los seres humanos y los animales, es poner en juego los ecosistemas que nos permiten vivir. No se trata solo de vigilar y, en su caso, de perseguir a los pirómanos, sino también de evitar muchas malas costumbres (como tirar colillas al suelo, hacer fuego en espacios y tiempos prohibidos, etc.) que pueden tener consecuencias fatales. También aquí, como en tantos aspectos de la vida, la educación juega un papel esencial. Nos queda todavía mucho camino por recorrer.

lunes, 11 de agosto de 2025

¿Cuerpos perfectos, almas perdidas?


El horario del gimnasio marca la agenda de muchas personas, incluyendo la de algunos sacerdotes y religiosos. De unos años a esta parte se ha vuelto casi imprescindible frecuentar este nuevo “santuario” en el que se rinde culto al cuerpo. Mientras las iglesias han perdido muchos adeptos, los gimnasios los han ganado. Podríamos decir -si se me permite una breve concesión al dualismo- que el cuerpo ha ganado por goleada al alma. No importa que la entrada a la iglesia sea libre y que para entrar al gimnasio haya que pagar una cuota más o menos elevada según su categoría. 

En esta sociedad de la apariencia, lo importante es “estar en forma” y tener un cuerpo saludable y hermoso que pueda seducir a otros cuerpos igualmente saludables y hermosos. Al fin y al cabo, lo primero que vemos de una persona es su cuerpo. La primera impresión condiciona el desarrollo posterior. Si “la cara es el espejo del alma”, el cuerpo debería ser el espejo de nuestra personalidad. ¿Es realmente así? ¿Un cuerpo tonificado y hermoso se corresponde con una rica personalidad?


Me he preguntado muchas veces cómo ha surgido este furor y -digámoslo con claridad- este suculento negocio. He hablado abiertamente de este tema con algunos amigos míos adictos al gimnasio. Normalmente, todos me dicen que lo frecuentan por motivos de salud, pero no es tan claro que sea solo por eso. Conozco el caso de algunos religiosos que no tienen inconveniente en saltarse la oración comunitaria o algún otro acto, pero no perdonan la asistencia al gimnasio, casi como si fuera un rito obligatorio. 

¿Qué significa esta tendencia que en bastantes casos tiene los rasgos de una adicción? ¿Está reflejando un tipo de sociedad que, a falta de auténticas experiencias de interioridad, apuesta todo a la apariencia? Quienes frecuentan los gimnasios, incluso sin ser muy conscientes de ello, tal vez buscan un cuerpo más atractivo porque necesitan sentirse bien consigo mismos mismos y ser admirados por otros. Quizá todo tiene mucho que ver con la búsqueda de una identidad segura y reconocida, con una autoestima que comienza en el espejo y sigue por la admiración o envidia de aquellos con cuerpos menos trabajados. Imagino que es un cóctel de motivaciones de difícil separación.


La palabra gimnasio proviene de la palabra griega gymnos, que significa “desnudez”, de modo que el vocablo griego gymnasium viene a significar “lugar donde ir desnudo”. Esta era la práctica común en la antigua Grecia, pero en nuestros gimnasios modernos la desnudez queda circunscrita a las duchas. En las diversas ejercitaciones todo el mundo va vestido con la ropa adecuada al tipo de disciplina que va a practicar. No solo eso. La forma de vestir se convierte en una especie de filtro o disfraz que permite teatralizar el paso por el gimnasio para convertirlo en carne de Facebook, Instagram o Tik Tok. Para muchas personas, tan importante es ir al gimnasio como contarlo en las redes sociales. 

La nueva corporeidad “gimnastizada” tiene que ser vista y apreciada por el mayor número de personas, no solo por aquellas con las que se convive a diario. No merece la pena machacarse en una máquina si luego casi nadie va a admirar y aplaudir el resultado. Hay, pues, una estrecha y sutil conexión entre el culto a la corporalidad y la (sobre)exposición mediática.

¿Cultivar el cuerpo implica perder el alma? ¡De ninguna manera! Más aún, en la antigua Grecia ambas dimensiones iban muy unidas. No era infrecuente que en los gimnasios hubiera bibliotecas y que, tras la ejercitación física, los gimnastas se dedicaran a leer y conversar. Pero mucho me temo que en nuestro contexto actual el exceso gimnástico está muy ligado a un empobrecimiento espiritual. ¡Ya que no podemos ser virtuosos, seamos por lo menos fuertes y guapos!

domingo, 10 de agosto de 2025

Dios como tesoro


En el evangelio de este XIX Domingo del Tiempo Ordinario Jesús llama a sus discípulos “pequeño rebaño”. La expresión se ajustaba bien a las dimensiones de la iglesia primitiva y se ajusta cada vez más a las dimensiones de la Iglesia que peregrina en Europa. Es verdad que la expresión “pequeño rebaño” no tiene primariamente un significado numérico, pero tampoco lo excluye. 

Hoy, cuando contemplamos por ejemplo las asambleas dominicales de las parroquias y las comparamos con el número de bautizados que hay en ellas, tenemos la impresión de ser, en efecto, un “pequeño rebaño”. Lo llamativo es que, según las palabras de Jesús, a esta minoría “vuestro Padre ha tenido a bien daros el reino”; por lo tanto, a pesar de la pequeñez, no hay lugar para el temor. Lo que se necesita es poner nuestro corazón en Dios como nuestro tesoro y estar atentos y vigilantes para percibir los signos de su venida. Jesús lo dice con estas palabras: “Estad preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre”.


¿Cómo sabemos dónde está nuestro tesoro? Hay un test que pocas veces falla. Examinemos en qué pensamos, de qué hablamos, a qué dedicamos nuestro tiempo y dinero y dónde colocamos nuestros afectos. Es probable que si hiciéramos una lista con nuestras prioridades reales (no las imaginadas), nos sorprenderíamos de su evolución a lo largo de nuestra vida. 

Quizás en la etapa de la juventud figurarían en los primeros puestos la amistad, conseguir acabar la cerrera, encontrar una buena relación y un buen trabajo, viajar, etc. Tal vez en la etapa de la madurez, el orden se altera un poco. Puede pasar al primer lugar la familia, luego el trabajo, la estabilidad económica, etc. En el umbral de la ancianidad suele aparecer con fuerza la presencia de Dios. No es que Dios tenga que competir con las realidades terrestres (de hecho, las atraviesa todas), pero es importante prestar atención a la manera como aparece en nuestras vidas, a la importancia subjetiva que le damos. ¿De verdad consideramos que Dios es nuestro tesoro, por encima de cualquier otra realidad (incluida la familia), y en consecuencia centramos nuestro corazón en él?


Hay un poemita del obispo claretiano Pedro Casaldáliga, del que celebramos el pasado día 8 el quinto aniversario de su muerte, que pone nombre a ciertos equívocos en nuestra manera de entender a Dios. Fluye así: “Donde tú dices ley, / yo digo Dios. / Donde tú dices paz, / justicia, / amor, / yo digo Dios. / Donde tú dices Dios, / yo digo libertad, / justicia, / amor”. 

Con la fuerza de la poesía, Casaldáliga nos ayuda a caer en la cuenta de que no basta decir que creemos en Dios con los labios. A menudo, somos víctimas de imágenes distorsionadas que no se ajustan a la imagen revelada por Jesús. Un Dios que no nos empuje a vivir en libertad, justicia y amor... no es el Dios Padre que Jesús nos ha mostrado


viernes, 8 de agosto de 2025

Siete "observatorios de humanidad"


Desde mi casa a la iglesia hay unos 360 metros. En condiciones normales tardo pocos minutos en desplazarme de un punto a otro. Mi casa está en la parte baja del pueblo y la iglesia en la parte alta. Lo que alarga el tiempo de recorrido no es la distancia ni la pendiente, sino el paso por los siete “observatorios de humanidad” que encuentro a lo largo de mi corto trayecto. 


La expresión entrecomillada requiere una mínima explicación. En los pueblos de la comarca de Pinares, como en casi todos los pueblos de España, hay en algunas calles y rincones unos lugares en los que suelen sentarse algunas personas para descansar, conversar y “observar” (de ahí lo de observatorio). 

A veces se trata de vigas de madera convenientemente asentadas sobre piedras; otras, de asientos de piedra labrada; otras, en fin, de bancos propiamente dichos colocados por el ayuntamiento. Algunos de estos lugares son de propiedad privada y otros de propiedad municipal. 


Los más grandes pueden acoger a media docena de personas; otros tienen capacidad solo para dos o tres, pero siempre se puede completar el aforo con algunas sillas aportadas por los vecinos de la zona. 

Lo que los convierte en atractivos y únicos es que fungen de consultorio médico, centro de escucha, oficina de información, torre de control, espacio recreativo y muchas otras cosas. 


En invierno son poco utilizados, a menos que estén orientados a mediodía. En verano, sin embargo, se produce un verdadero overbooking a partir de las siete u ocho de la tarde. Normalmente, en estos lugares no hay niños ni jóvenes. Son patrimonio de las personas adultas y ancianas. En cierto sentido, son una prolongación pública de la sala de estar doméstica. 


Cuando era adolescente odiaba pasar por delante de ellos porque me sentía observado y objeto de comentarios: “Mira, este año ha dado el estirón”, “Parece que está más delgado”, “¿Quién será esa chica que va con él?”. A medida que fui creciendo comprendí que estos “observatorios de humanidad” son, a veces, verdaderos check points que someten a los viandantes a un control exhaustivo. 
Este control incluye casi siempre un interrogatorio en toda regla: ¿cuándo has llegado?, ¿has venido solo?, ¿cuánto tiempo te vas a quedar?, etc. 

Pero, más allá de este lado un poco cotilla que asemeja estos lugares a la famosa “vieja del visillo” de José Mota, hay que reconocer que son espacios de socialización, una verdadera terapia contra la soledad de los ancianos y una forma saludable de establecer lazos, ponerse al día y superar el individualismo que nos corroe.


Ya dije antes que en el corto trayecto de 360 metros yo tengo que pasar por siete “observatorios” de este tipo. No todos están siempre “habitados”. Depende de la hora a la que pase. Si lo hago entre las siete y las nueve de la tarde, estoy seguro de que en al menos cinco de ellos hay personas tomando el fresco, conversando, leyendo y “observando”. Esta última actividad no puede fallar si quieren seguir manteniendo su estatus de “observatorios de humanidad”. 


Lo que de adolescente me irritaba (porque lo consideraba un método indigno de control social) hoy me parece una actividad respetable e incluso simpática. El único problema es que me obliga a salir de casa con tiempo suficiente si no quiero llegar tarde a la misa vespertina. Cada “observatorio” exige un saludo de cortesía y, en ocasiones, una pequeña conversación. ¿No es mejor esto que el anonimato urbano? ¡Sin duda!

jueves, 7 de agosto de 2025

El calor social


Resulta que vivo en un refugio climático sin saberlo. Mi cuarto está orientado al noroeste, así que solo recibe el tibio sol del atardecer. El resto del día permanece a la sombra, lo que permite mantenerlo en torno a 22 grados sin usar ningún artilugio refrigerador. Reconozco que soy un privilegiado. 

Los telediarios nos inundan con imágenes y testimonios de personas que dicen asarse debido a esta prolongada segunda ola de calor estival. Sé por experiencia lo difícil que es concentrarse, trabajar y descansar cuando la temperatura es tan elevada. Muchas viviendas están preparadas para el combatir el frío del invierno, pero no tanto el calor del verano. En Vinuesa, donde estoy ahora, aunque el termómetro escale hasta los 35 grados a media tarde, por la noche baja a 17, con lo cual es posible dormir.


En el fondo, lo del calor meteorológico me sirve de excusa para hablar del calor social. Llevamos mucho tiempo con una temperatura demasiado elevada. Hablando ayer con un amigo, repasamos varios asuntos de actualidad y nos detuvimos en el problema de la vivienda. ¿Cómo es posible que haya tanta escasez y que los precios de compra o de alquiler sigan siendo tan altos? Ya es un tópico reconocer que la mayoría de los jóvenes trabajadores no están en condiciones de acceder a una vivienda digna. Y no digamos en el caso de muchos inmigrantes. 

El problema es complejo porque inciden en él muchos factores, pero se podría afrontar con éxito si hubiera una decidida voluntad política para resolverlo. Si algo le sobra a España es precisamente suelo, aunque algunos municipios como Madrid hayan agotado casi su terreno urbanizable. ¿Por qué no se agilizan los procedimientos para la construcción de viviendas? Mi amigo, que es empresario, se quejaba del exceso de regulación que existe en España y en toda la Unión Europea. Lo que, de entrada, puede asegurar la calidad y seguridad de los productos, acaba convirtiéndose en un lastre que impide resolver los problemas con prontitud y eficacia. Se lo he escuchado también a otros parientes y amigos míos que son trabajadores autónomos. 

Tengo la impresión de que la Unión Europea va a ser víctima -lo está siendo ya- de su elefantiasis burocrática. Esta tendencia a controlar todo -desde la fabricación de los tapones de las botellas de plástico hasta la construcción de viviendas- indica una desconfianza radical en la sociedad civil, un verdadero “miedo a la libertad” (Erich Fromm). Pero sin libertad no hay ni creatividad ni productividad.


Promover y garantizar la libertad de las personas y grupos no significa crear un espacio anómico, donde el más fuerte pueda campar a sus anchas. Significa clarificar los derechos y deberes de cada uno, evitando imponer más normas de las imprescindibles. Cuando la sociedad está hiperregulada -como sucede ahora- se atasca, no consigue resolver problemas que la libertad de los ciudadanos afrontaría de una manera mucho más creativa, eficaz y justa. 

Pero seguimos siendo víctimas de una mentalidad estatalista que, para corregir los riesgos del liberalismo desbocado, pone la venda antes de que se produzca la herida. Al final, todos vamos a parecer pacientes de un enorme hospital social o párvulos de una escuela monitorizada, seres tutelados por quienes nos dicen lo que tenemos que comer y beber, lo que tenemos que comprar, los lugares que debemos visitar, si podemos pagar con tarjeta o en efectivo y otras muchas cosas que tienen que ver con la libertad de vivir. La IA ha venido para que ese control acabe siendo casi absoluto

miércoles, 6 de agosto de 2025

Un peso de 80 años


Estuve en Hiroshima en el invierno de 2012. Conservo algunas fotos de aquella impactante visita. Recuerdo que me rodeó un grupo de niños, admirados de ver a un blanco por aquellos lugares. Han pasado 80 años desde que se lanzó la bomba atómica sobre esa población japonesa. Se habla de más de 200.000 muertos producidos por las explosiones en Hiroshima y posteriormente en Nagasaki. Y de millones de personas afectadas de múltiples maneras. 

Hoy se sigue amenazando con el uso de armas nucleares. Algunos supervivientes de aquella masacre creen que “no hemos aprendido nada”. Pareciera que la historia no es casi nunca maestra de la vida. Cada generación pretende escribir su página en el libro de la evolución sin aprender de los errores y aciertos del pasado. Todavía nos seguimos preguntando por qué se llevó a cabo aquel ataque tan destructivo. Algunos lo justifican como el modo más expedito de poner fin a la guerra mundial. Otros, entre los que me cuento, lo consideran totalmente injustificable.


Cada año este aniversario coincide con la fiesta litúrgica de la Transfiguración del Señor. Es como si el recuerdo de los miles de “desfigurados” por la bomba nos empujase a mirar al Transfigurado en busca de sentido y consuelo. También Él fue sometido a un proceso cruel de desfiguración: “Desfigurado no parecía hombre, ni tenía aspecto humano” (Is 52,14). 

En la cruz, Jesús asume todos los sufrimientos de la historia de la humanidad, también los de las víctimas de Hiroshima, Nagasaki, Auschwitz y tantos otros lugares de crueldad y martirio. En su Transfiguración, preludio de su Resurrección, Jesús da un sentido redentor a todos los sufrientes. Si no fuera por la luz y la esperanza que emanan de la cruz de Jesús, no sabríamos cómo afrontar el exceso de mal que gravita sobre el mundo. No podemos cargar sobre nuestros débiles hombros la maldad que nosotros mismos hemos producido.


Mientras evocamos un acontecimiento del pasado, seguimos viviendo la incertidumbre del presente. Sin embargo, no podemos abandonarnos a la desesperanza. Si algo nos transmite la fiesta de hoy es la convicción de que Jesús es el Hijo amado del Padre y de que, por tanto, podemos fiarnos de él. No es un charlatán de feria que promete lo que no puede dar. 

Sobre esta convicción estamos llamados a mirar al futuro con esperanza, conscientes de que, con la gracia de Dios, podemos ir afrontando los viejos y nuevos males que nos aplastan. Quizá no hay peor mal que el de perder toda esperanza porque eso significa que hemos dejado de creer en Dios y nos abandonamos a la espiral del pecado. A lo largo de todo el año 2025 estamos celebrando el Jubileo de la Esperanza. Cuando el papa Francisco eligió esta tema, era muy consciente de lo que hoy más estamos necesitando.

martes, 5 de agosto de 2025

Me encanta el salmo 37(36)


Contemplando el agua del embalse desde la ladera del Robledo, acariciado por el sol de la mañana, nutrido por el silencio del bosque, he recitado con calma el salmo 37 que nos propone el Oficio de lecturas. Todo el salmo da vueltas a la misma idea con distintas palabras: a pesar de sus aparentes victorias, los malvados nunca triunfarán porque Dios está de parte de los justos. 

A medida que leía los versículos, me venían a la mente situaciones que hoy estamos viviendo y que a menudo colman el vaso de nuestra indignación. Me ponía en las carnes de los gazatíes a los que les tiran comida desde los aviones como si fueran perros sarnosos. La inhumanidad de este gesto, aparentemente humanitario, es un indicador de lo que estamos viviendo en la franja de Gaza. Junto a las imágenes de gentes peleándose por un paquete de arroz, me golpeaba también las de los rehenes israelíes, famélicos, condenados a cavar su propia tumba. El salmo ponía palabras a mi indignación: “No te exasperes por los malvados, | no envidies a los que obran el mal: se secarán pronto, como la hierba, | como el césped verde se agostarán” (1-2).


Las revistas del corazón están llenas de reportajes sobre las vacaciones de los famosos. Abundan las fotos de mansiones, yates, playas paradisíacas, fiestas interminables. Al mismo tiempo, los telediarios daban el porcentaje de los millones de españoles que no pueden permitirse ni siquiera una semana de vacaciones porque sus sueldos precarios no dan para esos lujos. 

Es muy probable que muchos de los que aparecen en las revistas se hayan enriquecido oprimiendo a los más pobres. Otra vez el salmo me presta algunas palabras para iluminar esta situación que clama al cielo: “Mejor es ser honrado con poco | que ser malvado en la opulencia; pues al malvado se le romperán los brazos, | pero al honrado lo sostiene el Señor” (16-17).


Las fotos de Trump y de Putin aparecen con mucha frecuencia en las portadas de los periódicos. Ambos son presidentes de dos países grandes y poderosos. Ambos poseen una gran fortuna personal. A ambos les gusta exhibirse como matones prepotentes. Pareciera que el destino del mundo dependiera de su estado de ánimo y, sin embargo, ambos son poderes efímeros. Pueden hacer mucho daño, crear incertidumbre, provocar guerras, amenazar con bombas nucleares. Pero todo su aparente poder se asienta sobre pies de barro. También ellos pasarán. El salmo lo advierte con claridad: “Vi a un malvado que se jactaba, | que prosperaba como un cedro frondoso; volví a pasar, y ya no estaba; | lo busqué, y no lo encontré” (35-36).


¿Qué pasa entonces con los millones de personas que sufren las consecuencias de los “malvados”, de los que juegan con la suerte de los seres humanos? Esta pregunta se instala en nuestra mente como un virus que horada nuestra confianza en Dios. Lo que vemos en este mundo es que, en la mayoría de los casos, los prepotentes ganan y los honrados pierden. ¿Merece la pena seguir siendo honrado y quedarse en los últimos puestos de la fila? 

 Es muy difícil no caer en la tentación de medrar, de subirse al carro de quienes progresan a base de aplastar a otros, de engañar y de corromper. De nuevo el salmo nos ayuda a mantener firme la fe, a pesar de los pesares: “El Señor es quien salva a los justos, | él es su alcázar en el peligro; el Señor los protege y los libra, | los libra de los malvados y los salva | porque se acogen a él” (39-40).